Por Jesús Frontado
Por un resquicio poco transitado, en la Calle 102 Independencia del Casco Histórico de Valencia, sobrevive al tiempo y el descuido una casa colonial diferente al resto. Cuentan que perteneció originalmente a una familia francesa que pisó Venezuela por allá en 1900, donde echó raíces que todavía existen hoy. ¡Extraordinarias las cosas, que perduran como el pensamiento escrito! Tal como las numerosas paredes acogedoras de ese antiguo hogar: la casa de la familia Minguett.
Aquel apellido está cargado de historia dispersada en el viento. Al mencionar la ubicación de la casa, la respuesta por excelencia que recibo es: ¿Y dónde queda? ¿Quiénes eran esos? ¿Por qué son importantes? Cuando el suelo que sostiene al centro de Valencia perteneció, durante mucho tiempo, en gran parte, a dicha familia de sabios. Adinerados en conocimiento para aquellos días, los Minguett influyeron tanto en la Valencia de aquel entonces, color sepia hoy día, que uno de sus integrantes llegó a ser Gobernador del Estado Carabobo en el periodo 1939-1941: Antonio Minguett Letteron.
Hubiese sido egoísta si hubiera visitado una sola vez aquella apacible morada, pues los sentidos se vuelven etéreos desde el momento en que franqueas el umbral de la calle, sucia y desquerida por sus propios ciudadanos. Desde la parte de afuera se observan los escombros y retoños bruscos que crecen en ellos, producto de las fuertes precipitaciones y solazos y descuidos y décadas. El apellido Minguett es cosa del pasado, pues la 5ta generación, la actual, lo perdió por completo, pero el legado de sus ancestros trasciende con aquella empresa inmortal.
La primera vez que ingresé a la casa, la pandemia todavía azotaba continentes lejanos, a un boleto aéreo de distancia. Había un recital de poesía, cuya segunda edición parecía prometedora. Dentro, comprendí que me rodeaba de un puñado de artistas silenciosos-pero-indispensables, esos que luchan a escondidas y en silencio contra la desculturización de la plebe con notas musicales, obras de teatro completas, disciplinas artísticas demodé, versos simétricos. La morada les cubría con un manto color sepia atemporal.
Entre palabras, cantos y poemas, me aventuré por los sitios remotos del lugar, por curiosidad mera. Sin embargo, la vida entera se me fue en el deleite inicial, de pie suspirando frente al jardín de los corredores al aire libre. Sobre los pequeños sembradíos quedan los vestigios de una estructura ideal para las enredaderas de parchita, pero ahora se entremezcla sobre ellos el sol con las nubes bandoleras. En la función, alguien dijo en tono triste: “esta casa debería ser un punto cultural”. ¿Debería ser? ¡Desde hace tiempo que lo es!
Cuatro semanas después, volví a ese palacio particular. De ahí en adelante, procuré escudriñar cada detalle de sus lares, aunque se me escape uno al toparme con otro. La puerta cerrada, la antigua oficina, la cocina intacta –y lo menos restaurada posible–, el patio trasero con el altísimo níspero bicentenario, bastión emblemático de aquel hogar. Los dormitorios invitaban a pasar la noche, pero da la sensación de que risas y correteos y corotos y llantos resonarían en la madrugada… así que mejor no. La paz de la casa… un auténtico edén cultural.
Recorrí la biblioteca, sin tocar nada para no molestar a los espíritus; el polvo sobre las pilas de obras embalsamadas pareciera descansar en paz. El muro derrumbado al lado izquierdo, cerca de un pilón, apuñala el pecho con metal frío. A escasas cuadras de este sitio se encuentra la Casa natal de José Rafael Pocaterra. Este último fue el sucesor del Dr. Antonio Minguett Letteron en el capitolio carabobeño… el respeto parece dispar. Pero esta morada de aires franceses perdura en la historia. Me pregunto por qué será.
¿La casa de los Minguett es un punto cultural? Claramente. Resulta paradójico el hecho de que las cosas no suelen ser por esencia, sino por exigencia, lo cual es absurdo. Actualmente, la casa se encuentra en proceso de restauración por parte de la organización Caminarte Teatro Valencia, la cual devuelve la vida y magia al sitio aparentemente olvidado. El sábado 20 de junio, en un escape vertiginoso, abrí nuevamente sus puertas. Las obras de Arcides Martínez se giraron al verme. La serenidad, de nuevo, se mostró.
La casa de la familia Minguett es otro de esos rincones de la ciudad de Valencia que padece y supera, que reprende y enseña, que resguarda bajo su viejo techo los acervos de un estado entero, con matices de otros mares y continentes. A veces, pareciera desfallecer. Pero no. Si de algo estoy seguro: es de que su legado jamás se perderá, mientras sigan naciendo valencianos de envergadura y renombre, pues Valencia y sus lugares son lo que son esencialmente… y no por exigencia.
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