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VIAJE ENTRE ARBOLES Y CRIATURAS DEL CARIBE

Un sábado al mediodía, sin planes. Cuatro ruedas. Deseos de aventura, historia. En Valencia… ¿Qué se puede hacer? ¡Un montón de cosas, obvio! Pero esta vez quiero conectar con la naturaleza, ser parte de ella. Recojo dos botellas de agua y, bajo el sol, camino. Llego a la entrada. Justo aquí quería estar.


Ir al Acuario de Valencia es viajar fuera del estrés diario, el compromiso y el ajetreo descomunal para adentrarse en un paraíso de imponentes árboles. La atracción está postrada sobre la falda del cerro Filas de La Guacamaya, lo que convierte la estructura en un oasis de sombras y punzantes hilos de luz solar.


Contado parece un sitio fantástico; visto, es más que mágico y acogedor. Subí la rampa a la una de la tarde, curando el calor con la sombra de los moriches. ¿A qué atracción voy primero? ¿A las enormes peceras adornadas con luces led azules que simulan el fondo del mar? ¿A la granja de contacto? ¿A la jaula? No lo sé. Andaré lejos mientras tanto.


Al deambular hacia el antiguo toninario, que alguna vez albergó un montón de máquinas para bombear agua, recuerdo que el acuario fue fundado el 21 de diciembre de 1975, por el Dr. Juan Vicente Seijas, entonces presidente del Concejo Municipal del Distrito de Valencia. Hoy, casi cincuenta años después, el complejo sigue manteniendo su nombre y esencia natural.


Como el hito que marca la frontera entre un planeta y otro, en la fachada de la antigua casa de máquinas se encuentra una estatua de dos toninas, preludio antañón de un espectáculo sinigual. El vinotinto en las columnas recuerda al color carabobeño. Ya me decidí. Atravieso el sendero de cemento, pasando por el parque infantil, de regreso a la granja de contacto. ¡Esto apenas comienza… y se pone mejor!


Los amenos corrales albergan animales que personifican las emociones más puras de un ser vivo. La vaca Lola (si cantas la rima en tu cabeza: he ganado), la mansa burra, las cabras, ovejas, los cuyos y gallos patarucos, el avestruz y otras especies me reciben entre cantos y sacudidas. Parecen inquietos, pero luego corresponden a mi visita como quien recibe a un familiar anhelado. ¿Eso insinúa algo? No lo sé. Cero rencores.


Despido el corral con el corazón renovado y el cuerpo enérgico, presto a iniciar una carrera por el resto del lugar. Antes de adentrarme en lo que fue el acueducto, actualmente el zoológico, doy una vuelta a la jaula aviaria. Un grupo de espléndidas guacamayas, emplumadas guacharacas, flacos caricaris y dormilones venados extienden sus cantos hasta mis oídos… y de pronto recuerdo cuán natural soy. Muy diferente, demasiado similar a ellos. Así me siento. Prosigo el viaje.


Sería un sacrilegio poner en palabras, que serán leídas en una pantalla, una aventura tan relajante, inmaculada y mágica como la vivida en las entrañas del zoo. Sin embargo, mi pensamiento va más allá de lo que el ojo cuenta y los oídos transportan. Así que limitaré mis letras a narrar lo que el espíritu guardó como recuerdo de aquella travesía, menos mitificada de lo que puede el lector interpretar en estas líneas.


Comenzado el descenso, el puma dormita bajo un refugio de piedra. Normalmente despierta por las noches. Más adelante, cruzando el puente, los morrocoyes, el águila, el rey zamuro y el gavilán tejé aguardan con ojos de lanza filosa. Casi al final, los monos, caimanes del Orinoco (de nombres muy divertidos, por cierto), cochinos de monte, monos, tilingos y marsupiales te exploran como un nuevo territorio.


Es mejor vivirlo que apreciarlo con la imaginación, pues el túnel de árboles y tupidas enredaderas, ordenadas como festiva melena adolescente, construyen un paraíso en que lo artificial y lo verde conviven en armonía gloriosa. Y en lo que dura un suspiro triste, recorrí el zoológico para dirigirme a la atracción por excelencia del lugar: el acuario.


Recomiendo insistentemente, casi como una exigencia, que el lector atienda a las palabras de la guía en la entrada. Con apenas un mes de inaugurada la sección, muchas peceras tienen rayaduras y marcas propias del deterioro exterior. Antes de echar a perder algo que disfruta, véase usted. Después continúe adelante.


Es complejo describir lo maravilloso que se siente estar dentro de dicho laberinto. Las luces, el oscuro pasillo. Peces que nadan en el aire. Especies de agua salada y una fuente con kois, animales de la buena fortuna. Nuevamente dejo hablar al espíritu… porque la razón se me emborrachó de lucidez.


El acuario, hogar de criaturas impactantes, fue reinaugurado el 6 de enero de 2022, como primera fase de un plan de recuperación total. Próximamente tendremos de vuelta, por lo que auguran las escenas del futuro cercano, el serpentario… y, probablemente, el show que vislumbró a los turistas valencianos en el pasado. No soy portador de promesas ni cosas que se dan por hecho. Pero veo que están trabajando en ello.


Antes de partir, un viento desenfrenado choca con mi rostro al salir de las peceras. Las tres de la tarde corren como agua cristalina. La historia, esencia valenciana y tranquilidad abrazan este recinto, y no lo sueltan. Bajo por la rampa de llegada, con el cuerpo tranquilo y el espíritu inquieto. El futuro es ahora. Vuelvo a la cotidianidad.

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