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VIAJE POR UNA CASA DE TINTA, TORMENTO Y NOVELAS

Foto del escritor: Valencia CoolValencia Cool
Foto: Tar Vicente
Exterior de la casa de José Rafael Pocaterra

Cierro los ojos y aparezco aquí de repente. A cada lado, cuatro columnas, una en mitad del patio, un balcón más romántico que simétrico en frente. Detrás está la salida: un umbral maravilloso que da al sol de la Calle Colombia, a mínimos pasos de la Avenida Anzoátegui. Huele a tinta, libros y tormento de escribano. Aquí vivió un particular hombre, destacado en el mundo de las letras venezolanas, tenaz como él ninguno: José Rafael Pocaterra, inmortal de las columnas y este patio central.

Hoy observo, como niño las flores del parque, las oficinas del consejo comunal de La Pastora, de la Fundación para la cultura (Fundacultura) y las obras de arte de locales: ojos detallados con grafito, un jarrón abstracto, una maceta con amargas sábilas verdosas y una espiral sublime, cómplice impetuosa de mi estancia en el lugar. Ahora están; mañana serán cambiadas, porque el arte exige justicia y dar su punto de vista. El ambiente se siente libre, como fue él en vida. Respiro historia.


Comienzo a caminar por el pasillo de la derecha. Los funcionarios miran disfrutando de mi sorpresa, pues me maravillo ante lo que parecen simples trazos y paredes… pero no. José Rafael Pocaterra vivió en este colorido lugar hasta sus 14 años de edad. Huérfano de padre desde su primera vuelta al sol, estudió en el reconocido Colegio Don Bosco hasta sexto grado, pues la economía de sus familiares yacía en el suelo, exánime. Pero aquellas librerías lo ampararon, convirtiéndole en autodidacta.

Sumido en un plano ajeno al tiempo que transcurre, dispongo a subir al balcón. ¿Qué ocultan los corredores superiores? ¿Acaso escucharé una sátira en contra de Cipriano Castro, víctima del ingenio del pariente de Unamuno? ¡Subiré a averiguarlo! No pretendo arrebatar al mastranto su fragancia, pero si tenerle cerca. “¡Chico, no puedes subir allí!”, advierte una trabajadora desde la entrada. ¡Me disculpo, señorita! Desconocía que no es un espacio público. Sonreímos graciosos y amables. Camino al lado izquierdo de la casa.


Foto: Fundacultura
Interior de la casa de José Rafael Pocaterra

Sigo estando en los últimos años del siglo XIX, con una oreja en el XXI. La paradoja temporal es deleitante. El arte en las paredes me acobija. Soy un visitante del escritor. ¡Y mira que soy bienvenido! Sigo recorriendo alrededores del patio central. La gente escruta, pero apenas caigo en cuenta. José Rafael Pocaterra fue, de veras, un sujeto tenaz y enfocado, hasta el punto de ser apresado a sus 18 años por publicar críticas en contra del gobierno de turno en el diario Caín, por 1907. Tras las rejas, aprendió inglés, griego y latín. Su intelecto era insaciable.

Decido tomar asiento al lado de una pequeña palma que baila al son de la brisa. Son las 9 de la mañana y el sol calienta sin agobiar. Menos en el siglo XIX. ¡La ciudad de Valencia tiene tantas riquezas inasibles! ¿Será no reconocerlas como tal un sacrilegio? ¿Una destrucción de los acervos? Puede ser. Huele a historia. Valencia es historia. La casa Pocaterra recuerda a tiempos donde los gobernadores eran presidentes y los presidentes eran casi hombres de otro mundo. Ahora es diferente. Todo está más cerca del cielo.

El tiempo corre sin remedio; no puedo apartar la vista de los cuadros en la pared aledaña a la entrada. La historia me abraza, ahora mismo, para ser por mí contada. Aquel diplomático fue el presidente 171º del Estado Carabobo, sucediendo a Antonio Minguett Letteron, tras haber sido prisionero de sus propias críticas contra Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. ¡Y mira que el insigne era bien sensato! Pese a que participó en la invasión libertadora de Venezuela, destinada a caer derrotada en las paradisiacas costas de Cumaná en el año 1929.


Foto: Caracas crónica
José Rafael Pocaterra

El difunto presidente Isaías Medina Angarita fue quien dio cabida a que Pocaterra ejerciera sus cargos como embajador en Brasil y Estados Unidos. Un hombre tan letrado era solo comparable a Andrés Bello, prueba de que el conocimiento siempre es, de alguna u otra manera, perseguido sin ser totalmente alcanzado. Las 9:45 a.m. dictan que es hora de irse. Me despido formalmente. Flanqueo el justísimo umbral restaurado en algún momento del 2008-2013. Despido a los funcionarios y espectros que allí habitan. Me encuentro en la calle Colombia.

Deambulando por las interminables calles del casco histórico, como yendo a ninguna parte, mientras revuelvo lo observado. La casa natal de José Rafael Pocaterra es claro patrimonio cultural no solo del estado, sino de Venezuela. El tricolor se desborda por sus paredes, el escudo protege la hermosa entrada, los turpiales cantan serenatas en el balcón interior, el araguaney exhibe sus colores en la galería de arte. Creo que recuperar los acervos, desde la raíz, es recuperarse uno mismo. Al menos, ahí, fui yo mismo. Estoy en la Plaza Sucre. Volveré a visitarte… pronto.

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