Por Jesús Frontado
Explorando virtualmente el arte valenciano, un océano de algoritmos, enlaces color azul y perfiles en blanco se mostraban con mucha frecuencia. Sentado frente al computador, con el teléfono a un lado, mi vista añoraba descanso. Fue así que, en mis búsquedas
consiguientes, procuré observar menos y oír… no; escuchar más. Tras un rato de abrir y cerrar pestañas, una voz profunda y deleitante cautivó todos mis sentidos, voz que escucharía luego más de cerca.
There's a fire starting in my heart, entonaba en un inglés perfecto. Abrí los ojos… y me conocí su nombre. Fue de esa manera como Veruska Eliany Valdes Cordero, cantante y artista integral, se cruzó en mi camino, junto a una historia llena de canciones dulces y estruendos detrás. No es sino ella quien ha pisado casi todos los escenarios del estado Carabobo, donde su nombre resuena como el de un tesoro bien cuidado. Desde el Teatro Municipal de Valencia hasta los centros sociales más prestigiosos; todos le han escuchado cantar desde el corazón. También forma nuevos artistas vocales con pasión y amor a la disciplina. ¡Qué fortuna la mía!
Con voz que todo lo toca, relató que su vida en el canto inició a la corta edad de 3 años. El
abuelo, su primer público; el porche de su casa, el escenario. Con cada canción ochentera culminada, la semillita musical germinaba con cariño y devoción. Al poco tiempo, su madre se unió a la audiencia y comenzó a escucharla en la sala del hogar. Ante el deleite de su familia, Valdes concluyó que “sabía que dentro de mí tenía madera para eso, pero…pero no me sentía capaz”, dijo con un suspiro. Lo que no sabía en ese momento es… que era más que capaz.
A sus 8 años de edad, la decisión de aprender técnicas de canto se fortaleció. Debo confesar que: la nostalgia de días pasados me invadió de inmediato al escucharle. 2007 quedó muy atrás… aunque no parezca. Para entonces, la joven artista no tuvo oportunidad de formarse en la música. Pero inició sus estudios de inglés en la Fundación Universidad de Carabobo (FUNDAUC), gracias a los cuáles, hoy día, es bilingüe. Su voz firme y segura sacudía mi razón… no sin motivo alguno.
No fue sino hasta los 14 años que las circunstancias se mostraron favorables y se inscribió en el Centro de Capacitación Musical Teresa Carreño, pese a que su música ya era bastante reconocida en su entorno. Dos años antes, participó en un concurso de canto de la primaria. No quedó en la final y… se afligió. Pero la luz, que desde muy pequeña le impulsaba, brilló intensa esa vez: mamá. Las palabras de aliento llegaron. La motivación, también. ¡Afortunadamente no desistió!
Atento a cada pensamiento, palabra y risa, entendí que el corazón de Valdes, al igual que su talento, se adelanta, a veces, a sus palabras. Un año antes de ingresar al Teresa Carreño, la directora de la Unidad Educativa Generalísimo Francisco de Miranda, lugar donde cursó bachillerato, le invitó a cantar en los viernes de excelencia. De solo pensarlo, el miedo escénico invadió mi escritorio. La historia lo llamó. La cantante expresó explícitamente que sintió pavor, pánico escénico y temor al encarar aquel público revuelto. De hecho, lloraría si hacía contacto visual con el directivo. Pero lo logró.
Cantar sin cesar es heroico en un mundo que poco escucha. Solamente así puedo sintetizar, sin omitir emoción alguna, la carrera de Veruska Valdes. Al mediato tiempo de estudio en el mencionado centro de capacitación musical, persiguió su deseo de ser músico también. Se apuntó a la Escuela de Música Sebastián Echeverría Lozano, donde cursó coral, canto lírico y piano. Hoy día, todavía se forma en aquella valenciana institución, de la cual pronto será una prestigiosa egresada.
Y digo prestigiosa porque siempre fue excelente estudiante, según sus índices académicos… tan óptimos, que la carrera de medicina ocupa el otro lado de su vida. Se desplaza en un panorama muy colorido, cual caballo que galopa en la sabana, libre y majestuoso con sus crines al viento. Aunque así no fue siempre.
Si bien es cierto que Valdes ha brillado en escenarios, emisoras de radio, teatros y clubes. En una ocasión, incluso mostró su potencial frente a las cámaras en el programa televisivo La voz imbatible, pero la desorganización de muchos imprevistos le arrebató la gloria al final. A los 16 años de edad, con el juicio muy claro y la moral un poco mermada, ganó una beca de ingreso a la Academia Capella, lugar lleno de personas que considera su otra familia.
En plena conversación, cálida y bienaventurada, comenzó a llover. El entorno se sumió en un aire entre húmedo y fresco, apesadumbrando mi respiración. Pero Valdes narraba sin titubeo sus vivencias, lo que me dio a entender que es más fuerte que un acérrimo chubasco. Podría pasar dos días con sus noches contando sus historias de vida, pero el tiempo juega en contra cuando uno, contrario al mismo, desea detenerlo.
Pero no puedo finalizar este enrevesado relato sin exponer la siguiente anécdota. Curiosamente, la puesta en escena que ella recuerda con mayor ímpetu no está del todo marcada por positivismos esperanzadores, sino que le antecede la decepción, el desaire y la tentación a renunciar. “Fue el final de un principio. Estaba culminando algo y pensaba que me iba a retirar, y… ya yo no quería cantar de modo profesional”, esgrimió con la voz, por primera vez, casi imperceptiblemente trémula. Algo, pueden ser muchas cosas… pero algo siempre es.
“Pero ese día… cuando yo canté, cuando yo sentí la adrenalina, cuando yo vi que me aplaudían… dije ¡No: yo tengo que dedicarme a esto!”, confesó como para sí misma en tono conmovedor.
Con el apoyo de la academia Dancefit Academy, con Yunin Terán a la cabeza, Carlos Briceño en las coreografías y Juan Reimondez al paso, hicieron que la carrera musical de Valdes renaciera y continuara; a ellos agradezco, en lo particular, poder escucharla hoy.
De principio a fin, afrontó el temor a la incertidumbre, la perfidia injusta de algunos medios artísticos y la desmotivación… pero su familia, sus mejores amigos, equipo de trabajo y las obras juveniles de Colleen Hoover la mantienen entonando notas sabias. En más de una ocasión, su imponente voz se quebró en llanto inconsolable y consideró rendirse. También, padecer un hiatus longitudinal obstruyó su avance un tiempo. Los obstáculos sobraron en su camino, pero nunca uno pudo con su meta indeleble: ser reconocida por quien es… y la música lleva su nombre.
“¿De qué me sirve ser reconocida si no soy feliz?”, recordó pensar el año pasado, catalogado por ella misma como su mejor y peor año a la vez. Sea como fuere, lo que es seguro es que el porvenir será mejor, y su canto seguirá animando al público, como lo hizo con aquel espectador longevo hace varios años. Veruska Valdes también se encarga de formar nuevos artistas vocales, por lo que su legado permanecerá retumbando en los
rincones de la ciudad en el futuro. Con tal carácter bruñido, entonará en tiempos buenos y
malos. Y su huella no será borrada de la historia de Valencia, jamás.
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