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ORQUESTA DE UNA VIDA

Foto del escritor: Valencia CoolValencia Cool

Debatiendo en los pasillos de entre cuatro paredes comprendí que las historias están hoy en la palma de la mano. No tenía idea del sendero rico y majestuoso por el que estaba por aventurarme… sin poner un pie fuera. Y es que los artistas, las superestrellas, los saltimbanquis cósmicos y los seres más admirables son, al cabo, seres humanos. O al menos lo fueron. Así lo comprendo ahora. Es hora de ver más de cerca la danza nacionalista.


Levanté el teléfono, dos tonos sonaron y la llamada se desvió. Al día siguiente conversé con aquella figura introspectiva, solemne tras una pantalla, sin saber que me esperaba una travesía por Rumania, Perú y el estado Sucre. ¡La diferencia es poca si se ve con aquellos ojos! Fue en ese momento en el que Héctor Andrés Tovar Alcalá, bailarín nacionalista profesional, decidió abrir la puerta de sus recuerdos y permitirme el paso a un mundo lleno de risas, estigmas, sinsabores y mucho baile.


Foto: Telesur


Gran parte de las coreografías valencianas tienen aires de este foráneo. Zapateos, valses, careos y giros son montados con pasión por Tovar. Plazas, parques, salones y teatros de la ciudad han sido testigos de su arte, que le da un aire mestizo al sitio que pisa su nombre. Un paso siempre antecede a otro, como cada historia presenta un producto final en las personas; esta es la suya.


Apenas me di cuenta de que la habitación de mi estadía mutó. O no… más bien transmigró a un lugar caluroso, donde lo natural se superpone a los artificios. Más adelante supe que estaba en Carúpano, estado Sucre, su lugar natal, donde los festivales llenan constantemente las plazas de gente alegre. Entré a una vivienda donde había dos muchachitos leyendo una enciclopedia enorme. Es 1983. El sol quema y el tiempo es incierto. Muy pronto estaré en otra parte.


Tovar me contó, quitando la vista del libro, que tenía entonces 14 años y estudiaba teatro. Me sorprendió la diplomacia de sus palabras. Estoy al oriente de Venezuela y a la vez sentado, escuchando y leyendo, tras una pantalla. Aunque le gustaba mucho aquel arte, había una materia que le disgustaba en absoluto, la aborrecía con sus entrañas, y ahora es su aire de vida: la danza. Comenzó cursándola como yo con las matemáticas hace mucho tiempo: por exigencia académica. Lástima que no terminé como él, de números hablando.


Canto, pintura, instrumentos musicales… nada le llenó. “Sentía que no pertenecía allí”, dijo con palabras distantes. Inició su formación como bailarín en la Fundación Cultural Danzas Carúpano, acobijados por El Ateneo de Carúpano, bajo la tutela de numerosos maestros de talla nacional, tales como: Gladys Alemán, Arelis Gonzáles y el difunto Ángel Hernández, bastión del arte escénica en la localidad. ¿Fue entonces aquella materia odiada, irónicamente, la musa que más quería? Puede ser.


Transcurrían los años. Sus pies marcaban al son de una voz dirigente. Aquel entonces joven artista se convirtió en presa fácil para los chacales sociales de aquellos días. ¡Un muchacho de 15 años bailando! Las miradas y palabras discriminativas en la calle eran perennes. Los padres de algunos de sus compañeros eran auténticas pesadillas. ¡Si bailar es un tabú en estos tiempos! Unos consiguieron escapar de allí, como Tovar. Otros… no ganaron la batalla. Sus pasos se detuvieron en medio de llanto y mallas rotas.


“¿Cuál es el tambor que tocan ellos en la orquesta de tu vida?”, expresó recordando las palabras de aliento que su madre esbozó muy seria, esas que iluminarían su camino repleto de salitre. Sus tardes se extraviaban en lectura y tertulia ininteligible, lo que desembocó en un léxico universal. Respiro. El aire se siente frío, con atisbos de realeza. Caracas, ciudad de viento y estrellas, acá estoy. El Teatro Nacional de Venezuela recibió al joven bailarín en varias ocasiones, así como los proscenios y plazas de 22 estados del país.


Foto: Oltica Radio
Teatro Nacional de Venezuela, Caracas

La vida continuó su curso inexorable. Un momento decisivo sacudió su moral a deshoras. Estoy husmeando una clase de baile a las 7 de la noche. Él está dentro, yo no. De repente se detuvo y acercó al profesor… parece que sus pies agonizan luego de 11 horas de vaivenes y marcajes. El profesor Hernández escupió al suelo y pisó. “Ese eres tú… y este soy yo. Aquí soy yo quien decide si paras o no”, esgrimió el maestro con su mística esencia. ¡Tovar casi tumba la puerta! Corrió al baño.


Gritos y pataleos se escuchan de entre las paredes. Me adentro poco a poco sin hacer ruido. Veo sangre y sudor mezclados con agua de chorro. ¡Salió de sus botas! Tiene sus pies destrozados, como si una moledora gigante hubiese triturado lentamente sus huesos, uñas y venas. La indignación es lo que más duele en la escena. Está desmoralizado. La directora misteriosa entró. Palabras brincan y danzan. Tovar volvió a la clase, sereno y enfocado. Todo queda en silencio.


Pieza tras pieza los años de oro llegaron. En 1995, la agrupación sucrense participó en la festividad dancística más grande e importante del país, ahora mermada e inexistente: el Festival Juana la Avanzadora, celebrado en el estado Monagas. ¡Oriente me sonríe! Maturín me recibe como en casa. Aquel año preciso, Tovar quedó al 16 en la tabla de posiciones. ¡Participaron 16 grupos! Lo demás, mejor no decirlo. Esa ocasión fue solo el inicio. El oro brilló intensamente.


Lo que parece una derrota, en ocasiones, no es más que el principio del éxito. En aquel lugar, en aquel mismo estado, en aquel mismo festival, un año después saboreó la dulce victoria… no sin sus consecuencias. La magnífica e insigne Gudelia Castillo le preparó religiosa e intensamente durante cuatro eternos meses para el encuentro, como quien moldea una escultura dando forma a sus imperfecciones. Fue un punto de partida que llegaría más allá de las fronteras.

Primero bailaba en un pequeño teatro en Carúpano; más tarde, en tablas nacionales del Distrito Capital. Ahora Europa reclamaba diligencia, aunque Tovar alcanzó la victoria revoloteando dentro de un carite, a tropiezos por su permanente hipermetropía. En 1997 fue la cita. Vámonos a dar vueltas a la ciudad de Tulcea, Rumania. No entiendo lo que dicen los espectadores, pero es el turno de la agrupación carúpana. Rumania tiene aires altivos y temerosos. Temo por mi sangre.


El festival del pez dorado es un auténtico espectáculo de colores, embellecido por el amarillo, azul y rojo del caribe, resteado por el joropo y las faldas saltarinas de las muchachas. Culminó la sublime pieza. Ha pasado una hora y los han vuelto a llamar… les entregan un trofeo, Aplaudo por inercia. No entiendo lo que pasa. Largo rato después, fuera de las butacas y tramoyas, una traductora explicó que ganaron el festival. ¡Venezuela campeona absoluta internacional!


Europa le despidió con alegre sonrisa caucásica. El tiempo fluía como las letras y Tovar crecía de a poco. Finalizando su carrera, comenzó a formar nuevos bailarines en el Municipio El Pilar. Es ahora su hija artística, agrupación reconocida en Sucre y Lima, Perú. A razón de esas giras soslayadas que da la vida, Tovar viajó a Valencia, estado Carabobo, a trabajar como diseñador gráfico en el Movimiento Dancístico del Estado Carabobo (Modeca) en el año 2009. La orquesta de su vida sonaba con fuerza, en plena tambora apasionada.


Mas Tovar, en su ímpetu artística, se encarga de montar coreografías a diversas agrupaciones de la ciudad. Desde hace once años sus piezas folklóricas avivan los espacios de Valencia, cual candiles circunspectos. Ahora la habitación es un teatro, suena la Quinta Anauco de fondo, y sonrío. Aquel bailarín eterno es el coordinador del Festival Nacional de Danzas Carabobo de Oro, pero su cargo más responsable es el tono de sus palabras. Ahora baila con el espíritu joven. Llegamos a 2020.


El maestro Héctor Tovar, tras una vida de risas, estigmas y sinsabores, inmortalizó su historia y conocimiento en cada uno de sus bailarines, distribuidos con la meticulosidad de un arquitecto en incontables rincones del planeta, y vislumbra la ciudad de Valencia con diligencia indoblegable. Se encuentra en todas partes… o en la palma de la mano. Culmina la Quinta Anauco. La orquesta sigue. ¡Tambor, redobla! Las luces se cierran, lenta y tranquilamente.



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